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13 Dec, 2024
Esta historia transcurre en Chisináu, capital de Moldavia (también denominada en algún momento Besarabia), un país pequeño ubicado entre Ucrania y Rumania, que formó parte de la Unión Soviética hasta 1991.
"...un alfabeto ruso sobre unas palabras rumanas y arrojado como un hueso en un enclave perdido. Esto es lo que nos sucedió a nosotros, los habitantes de Besarabia. Vivimos con la lengua moldava durante medio siglo, como vivirías con alguien a quien conoces de toda la vida, y que pierde la cabeza de la noche a la mañana. ¿Es mucho o poco... cincuenta años?"
Lastoshka, es adoptada del orfanato por Tamara Pavlovna, quien será lo más parecido a una madre que ha tenido, y deberá ayudarla en su dura tarea de recolectora de botellas; aún así, a través de su inocencia podrá encontrar la belleza:
"Apiladas en botelleros de metal hasta el techo, con el roce de la luz las botellas cobraban vida. sus colores simples se mezclaban, nacían otros inesperados.
Una fila morada y una fila blanca: rosado.
Una fila amarilla, una fila marrón: miel.
Una fila verde, una fila blanca: turquesa.
Solo blancas: plata.
Mi jardín de vidrio"
Lastoshka nos cuenta la historia su crianza, a través de breves episodios de pocas páginas, que transcurren principalmente en el patio al que confluyen todos los departamentos de la urbanización; y allí iremos conociendo a todos los personajes de esta familia ampliada.
La prosa de Tibuleac es poética, y tanto en los episodios de calidez y humanidad como en las historias dolorosas que a veces recorren todo el libro, son narradas con pudoroso y amable cuidado del lenguaje, de manera que hasta lo atroz no genera escándalo, sino tristeza.
Y en algunos momentos, la narradora intercalará en el relato de los recuerdos, su presente, como profesora de ruso en Rumania.
"Comprendí sin embargo que no les interesaba el ruso en absoluto y que sólo les interesaba decir que era muy chulo. Esa fascinación por los rusos -sin comprenderlos, sin conocerlos- me sobrepasa y me duele. Han transcurrido muchos años desde que vine a Bucarest y no ha cambiado nada. Sigo siendo la "rusa". La lengua y el miedo: a eso me compran, a eso me vendo."
¿Qué es ser moldavo? ¿Otra forma de orfandad?"
Una novela magnífica, con una gran historia, y una delicadeza y calidad narrativa que confirma, esta vez con aún mayor profundidad, la calidad que Tibuleac ya mostró en El año en que mi madre tuvo los ojos verdes.
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